La nouvelle vague o nueva ola francesa fue un momento de quiebre en la forma de hacer y de pensar el cine. Las décadas de los 50 y 60 vieron florecer y sistematizarse al cine de autor, de la mano de los teóricos de la revista Cahiers de Cinema que en poco tiempo devinieron en una generación de cineastas imprescindibles.
De todas las transformaciones o
innovaciones que ha tenido el cine a lo largo de su historia, casi ninguna ha
sido tan radical al punto de la ruptura o de considerarse una revolución. Dos
de ellas, ligadas a la tecnología del cine, han conseguido sacudirlo y hasta
cierto punto redefinirlo: la llegada del sonoro y el reciente desarrollo de la
imagen digital (de ésta todavía no se conocen sus últimas consecuencias). Pero
el único cambio de choque que ha partido de la conciencia de la gente del cine
para redireccionar la forma de hacerlo y concebirlo, es la política de
autor, la cual se gestó en la crítica, pero tuvo que ser materializada
a partir de películas, y estas películas fueron las que, en su conjunto,
recibieron el nombre de la Nueva Ola Francesa.
Como toda revolución, ésta no se dio por generación espontánea, sino que fue necesaria una serie de condiciones y circunstancias, así como de acciones individuales y colectivas, para que a partir del Festival de Cine de Cannes de 1959, ya a nadie le quedara duda de que la historia del cine se había partido en dos. La primera de esas circunstancias, y la principal, fue tener contra qué rebelarse: el cine francés de posguerra, el “cine de calidad” que François Truffaut tan fervientemente atacó en un célebre artículo. Se trataba de un cine de guionistas y de productores, anquilosado en fórmulas y acartonados esquemas que constreñían las enormes posibilidades del lenguaje cinematográfico, imponiéndole muchas veces una onerosa carga literaria y hasta teatral.
Como toda revolución, ésta no se dio por generación espontánea, sino que fue necesaria una serie de condiciones y circunstancias, así como de acciones individuales y colectivas, para que a partir del Festival de Cine de Cannes de 1959, ya a nadie le quedara duda de que la historia del cine se había partido en dos. La primera de esas circunstancias, y la principal, fue tener contra qué rebelarse: el cine francés de posguerra, el “cine de calidad” que François Truffaut tan fervientemente atacó en un célebre artículo. Se trataba de un cine de guionistas y de productores, anquilosado en fórmulas y acartonados esquemas que constreñían las enormes posibilidades del lenguaje cinematográfico, imponiéndole muchas veces una onerosa carga literaria y hasta teatral.
Para 1948 aparece el fundamento teórico a partir del
cual se construiría la nueva visión del cine. Se trata del manifiesto de
Alexandre Astruc titulado El nacimiento de una nueva vanguardia: la
caméra-stylo (de estilográfica). Lo que proponía Astruc era que el
cine tenía todos los medios como lenguaje para poder expresarse con tal fluidez
y libertad como si se pudiera escribir con la cámara. Una idea aparentemente
simple vista desde nuestra época, pero que contenía el poderoso y hasta
entonces inédito concepto de concebir al director como un autor, así como lo
podía ser el novelista o el pintor.
Esta idea la impulsarían luego André
Bazin y sus jóvenes colaboradores de la recién fundada (1951) revista Cahiers
du Cinéma: François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Claude Chabrol,
entre otros, quienes a su vez se nutrían del espíritu de un cine diferente
promovido por la Cinemateca Francesa, con Henri Langlois a la cabeza
estimulando su visión de ese cine a contracorriente. Pronto
se disolvió el grupo pero ya habían cambiado la historia del cine para siempre:
la ampliación de los márgenes de lo filmable, la libertad y el espíritu
juguetón de la nouvelle vague siguen siendo imprescindibles en la formación de
los cineastas y los cinéfilos de todos los tiempos.
Mejores películas de la nueva ola francesa
Hiroshima mon amour (1959)
Breathless (1960)
Les Bonnes femmes (1960)
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